martes, 1 de septiembre de 2009

la muerte de la abuela

De niña pensaba que la muerte era ir con dios, pensaba que quien moría se iba a posar junto a las moscas verdes que adornaban los cuadros de San Miguel Arcángel y San Antonio de Padua. Un día soñé con la muerte, con la mía, y comprendí con cuatro años que esto nomás era un paseo, y sentí vértigo, mucho, y un miedo abrasador.

Esta elegía interrumpida en ocasiones, es la muestra viva de una historia familiar guiada por la muerte, rodeada por la fatalidad cotidiana, por las muertes de los otros, que también son tuyas, aún más tuyas. Es el canto sepulcral que desde niña he escuchado llamar a la puerta, cantar a las cinco de la mañana, llorar en las ventanas de cada habitación vacía.
Esta obsesión por la muerte es el patrimonio que heredé antes de nacer, antes de llegar pronosticada por la vida, vine al mundo acompañada por la muerte, por su paso lento, que nos ha alcanzado en cada muerto que se traga la tierra y la memoria.

La abuela murió hace una semana y su muerte ha sido una cuenta más de este rosario interminable de desvelos y tardes apáticas que la vida te otorga, una noche más de sueño entrecortado como la vida, como las muertes que dejan descansar y agotan. Su vida transcurrió siempre cerca de la mía, su sombra siempre estuvo cubriendo a mi sombra, su mano vieja siempre ocultó la mía, su ojo casi ciego, siempre apagó la luz del mío por las noches; su muerte ha significado mucho después de todo, aunque no signifiquen tanto las muertes, porque para eso estamos aquí. Y sin una sola lágrima, porque el llanto no sirve mas que para lavar los ojos, este recordatorio no es para afirmar su presencia ya extinta, sino para recordar mi herencia, mi patrimonio, la muerte ajena que siempre es nuestra, porque vivo sepultada con cada uno de mis muertos.

2 comentarios:

  1. "porque vivo sepultada con cada uno de mis muertos."
    Tú sí que sabes golpear, tú sí que conoces el oficio. Porque el oficio es eso: puro sentimiento.
    Dicen que incluso un recién nacido es lo bastante viejo como para morir; la pregunta, no obstante, está planteada en tu texto: ¿Es mejor morir pronto o sobrevivir a los tuyos, morir no sólo una vez, tu propia muerte absoluta y definitiva, sino pequeñas muertes, las de los otros, los tuyos?
    Que carga debe ser recordar a todos los que se han ido. No es tan malo entonces ser un cascarrabias como tu servidor; así, las muertes que pueden matarme son pocas, sólo un puñado de gente me hace falta para que este mundo no pierda ninguno de sus colores. Yo escojo la muerte, elijo irme primero. Antes de todos los que quiero, antes de ti, por ejemplo.
    Ceso ya mi vana palabrería y te dejo una reflexión de un grande, Thomas Mann:

    "El viento se ha hecho más intenso, el mar ruge y la lluvia tamborilea sobre el tejado. Durante la noche no he dormido, sino que he salido a la playa con mi impermeable y me he sentado sobre una piedra.
    Detrás de mí, en la oscuridad y la lluvia, estaba la colina con la casa gris, en la que dormía la pequeña Asunción, mi pequeña Asunción. Y ante mí, el mar empujaba su turbia espuma delante de mis pies.
    Miré durante toda la noche, y me pareció que así debía ser la muerte o el más allá de la muerte: enfrente y fuera una oscuridad infinita, llena de un sordo fragor. ¿Sobreviviría allí una idea, un algo de mí, para escuchar eternamente el incomprensible ruido?"

    Yo, sinceramente, espero que no.

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