jueves, 13 de agosto de 2009

Esta es la historia de una pequeña herida

Esta es la historia de una pequeña herida, de un desgarradura ósea, de un dolor viejo que huele a hoja machucada. Es la historia de una cara vencida, de una dolencia vital. Es la punzada en el estómago al despertar, son las lágrimas de cada noche, ni una sola ha faltado. Tupidas como cielo nuevo, es la amargura de los días nublados, la sequedad en la boca y en las entrañas. Es la sequía de un cuerpo abandonado (si sólo fuéramos algo más). Es la historia de cada hombre que se desgarra, en habitaciones extrañas, es la historia del esclavo Mackandal, Louis Saint-Marino, Boukman, la del mendigo de la pierna engusanada, la de la niña que escribía sobre vidas ajenas, que hablaba de la independencia de Haití y sentía saberlo todo, la que deseaba vivir en una azotea y en una rama, y tener una batería hecha de latas y botes viejos, tocar y jamás dejar de hacerlo, y no volver a ser adulto, porque el hecho de imaginarlo la turbaba. Es la historia de las manos frías y los inviernos incandescentes, de los dedos pequeños y grandes, de las uñas sangrantes pintadas de azul, de los fríos trémulos, de los encuentros y las sensaciones, de los pezones erectos por el frío y el roce, de las texturas y posibilidades, de la humedad, el vacío y la cama. De lo ambiguo, lo volátil y ajeno, de lo propio y los colores.

Es la historia de los ojos, de las miradas combinadas, de los ojos marrón mirando fijamente, de la mirada oscura, de las pupilas bailándose, correspondiendo, frotándose como artefactos luminosos, como si fueran algo. Es la historia de las despedidas abiertas y las ansiedades perpetuas.

Es la pequeña historia decaída de cada rostro, de cada cerebro latiendo, es la historia de ese sueño, de las pesadillas y las tardes con hambre, del tiempo que no pasa y sin embargo pasa tanto, del punto fijo y fijo en la memoria, es la historia de las oraciones oscuras y la fe hermanable, la de los dolores de caderas y piernas reumáticas, la de uniformes blancos y negros, la de los espantos de madrugada y melodías sepulcrales.

Es la estructura de una historia pequeña y amarga, es el espacio habitado por habitaciones extrañas, por camas interminables, por cuerpos inaceptables, por huesos sin carne, sin hueso; cenizas blancas, hombres con bocas de follaje, hombres-feto, apenas una línea y la columna es: collares de huesos, joyas morbosas.

Mierda, mucha, toda ella abarcándolo todo, sucumbiendo a su forma, a su campo. Mierda para todo, para comer, para amar, mierda.

Mierda y hambre, son la misma cosa, la misma mancha, vista desde ángulos distintos.

Es la historia de la nada, de dolores que fueron algo, que fueron sal, de posibilidades sin labios que las hagan existir. La de la cantidad exacta, la de la máquina descompuesta, la de la bolsa rota, la de la foto borrosa y reconstruida con agua, con ojos fluyendo, la del Aleph, que se conformó con ser ojo marrón. La del olor de la boca de un muerto, la de un alambre sosteniéndonos la humanidad fragmentada, la de los tubos y las bolsas de sangre podrida, la del sopor del cementerio recién nacido, la del aborto de quince lustros.

Si sentir es un hecho, ¿quién asume ahora estos lastres que trae cada pequeña historia? Asumir el hecho es hacerse el hecho mismo, sentirnos hechos para esto, para desentumir nuestras dolencias, sentir el agobio, hermosos dentro de esta miseria humana, amar colocados en medio de las plagas, y en el golpeteo de un corazón cansado de vivir la grandeza de esta desgarradura. Mirar el mundo con una nueva tristeza, renovar la melancolía, que es la única forma de conocernos. Ver y después cegarse.



L. F.